Elsa y Leo están en casa, justo en su habitación en la cama, listos para dormir.
- "Elsa contó las luminarias del techo de su habitación, por sexta noche consecutiva. Estaba acostada boca arriba, sintiendo el calor de Leo a menos de veinte centímetros, pero aquella distancia se sentía más grande que el océano que había cruzado en su juventud. - 'Esta noche lo intento,' se dijo, y giró para rozar su espalda. La respuesta fue el mismo murmullo adormilado de las últimas semanas: (Leo) 'Estoy agotado, cariño. Mañana tengo que revisar el presupuesto. ¿Podemos? -' Ella asintió en la oscuridad, pero por dentro el nudo se apretó. El 'podemos' de Leo no era una pregunta, era una orden, y era la razón por la que esa cama, que debía ser su nido, se había convertido en un desierto." -No era la primera vez. Tampoco la décima. Era la conclusión de un mes completo de rechazos. Treinta días de silencio corporal que contrastaban grotescamente con el ruido constante de la planificación que llenaba su casa. El presupuesto, la hipoteca, el plan quinquenal: todo estaba ordenado y hablado. Todo, excepto ellos dos. Leo era un arquitecto de futuros perfectos y sólidos, pero parecía haber olvidado que un hogar necesitaba cimientos de carne y hueso. -Elsa lo amaba. Amaba su seguridad, la forma en que su mano se sentía firme al tomar la suya, y el futuro de hijos con sus ojos que imaginaba. Pero mientras él se hundía en el sueño tranquilo del hombre satisfecho, una pregunta venenosa comenzaba a gotear en su mente, corrosiva y cruel: ¿Ya no me deseas? Se deslizó fuera de las sábanas, buscando refugio en el baño. Se miró en el espejo, encendiendo la pequeña luz nocturna. No se veía mal. La misma silueta, el mismo cabello. Se tocó la clavícula, luego el escote. No entendía. La mente le gritaba que él estaba estresado, abrumado por la responsabilidad de construirles una vida, que era el trabajo, no ella. Pero la verdad más elemental, la que dolía como un corte profundo, era que su hombre no la quería tocar. Era una ironía amarga. Ella, que había huido de la pasión sin amor hace años, ahora mendigaba el deseo en una relación llena de amor. Apagó la luz, regresó a la cama y se colocó en la orilla, buscando desesperadamente que el calor de Leo no la alcanzara. Ya no quería rozarlo. El contacto se había vuelto una amenaza. Cogió el móvil para distraerse de la soledad que sentía a veinte centímetros. Y entonces, en el destello de la pantalla, apareció una notificación de fantasma. Una solicitud de amistad en una red social de un nombre que había borrado de su vida hacía cinco años. Damián. El egocéntrico, el malhumorado, el que solo la quería para una cosa. Elsa sintió un vuelco en el estómago. No era amor, no era añoranza. Era la certeza brutal de que ese hombre, el único que había borrado por ser demasiado peligroso, sí la habría tocado. [Ella se quedó mirando la pantalla, sintiendo el corazón latir en un ritmo que no era el de la calma ni el de la estabilidad, sino el de la prohibición.]