La luz del amanecer bañaba el ático con una claridad implacable que parecía burlarse de la niebla emocional que aún persistía entre sus habitantes. Olivia, ya vestida con un traje pantalón de corte impecable y un blazer que le confería una armadura de seriedad profesional, revisaba por última vez su tableta en la cocina. Los planos del piso piloto del hotel de Boston, sus notas meticulosas, los informes de los artesanos locales... todo estaba allí, ordenado y listo para la batalla. El aroma del café llenaba el aire, pero ella apenas lo probaba, su estómago era un nudo de nerviosismo y determinación.
Alexander emergió de su suite. Iba impecable como siempre, pero Olivia, que había aprendido a leer sus microexpresiones, notó la sombra de cansancio bajo sus ojos.
—¿Lista? —preguntó él, tomando su propia taza de café. Su voz era neutra, el tono de un colega dirigiéndose a otro antes de una junta importante.
—Siempre —respondió Olivia, cerrando la funda de su tableta con un clic definitivo