El aire en el estudio aún conservaba la electricidad residual del casi beso, un fantasma tangible que se cernía entre Alexander y Olivia. Él permanecía de pie junto al ventanal, su silueta recortada contra el cielo nocturno de Nueva York, mientras ella se aferraba al respaldo de un sillón, como si necesitara un ancla frente a la tormenta de emociones que los había azotado.
—Sebastian tiene una sospecha, no una prueba —declaró Alexander, rompiendo el silencio. Su voz era un instrumento afinado, carente de la vibración emocional de minutos antes. Había vuelto a ser el CEO—. Mientras no le demos más munición, estamos a salvo.
Olivia asintió, aunque la palabra "estamos" resonó con una amarga ironía en su pecho. ¿Quiénes eran "nosotros"? ¿Socios? ¿Cómplices? ¿O simplemente dos extraños atrapados en la misma mentira, forcejeando en la oscuridad?
—¿Qué sugieres? —logró preguntar, su voz un eco cansado de la intensidad vivida.
Alexander se giró finalmente. Su mirada no era fría, pero sí delib