Son cerca de las seis de la tarde, y aunque esté nublado aún se alcanzan a filtrar algunos rayos de luz a la sala. Ahí estamos Armando, Dulce, Gerardo y yo, mientras que Miriam se encuentra con su papá, haciéndole compañía.
A pesar de su enfermedad, don Emiliano se encuentra totalmente lúcido. Los únicos que le fallan son sus pulmones, pero si por él fuera ya estuviera con nosotros platicando en la sala. Eso me hace sentir un poco optimista, quizá con un poco de cuidados y rehabilitación, el exsenador pueda seguir con nosotros más tiempo.
Lo digo mientras veo a dos de sus hijos sentados frente a mí, compartiendo este momento en familia, frente a una fogata.
-¡Los odio, los odio, los odio! Armando, ¿puedes hacer algo? –grita Miriam con el celular en la mano mientras se nos acerca.
-¿Qué pasó Mimi? –pregunta el hermano al pendiente.
-Pues es que el cerco de periodistas no dejó pasar al repartidor de la farmacia y se regresó al pueblo. Y es la medicina de papá la que traen...
-A ver, dé