De poco a poco abro los ojos, ya puedo mantenerlos abiertos pero aún me siento mareada. Deben ser los medicamentos o la explosión dañó mis oídos.
Veo a Armando dormido a un lado de mi cama, tiene su mano tomando la mía y su cabeza a la altura de mi pierna. La tele está prendida en un canal de películas viejas, pero en algún momento se les olvidó cambiarlo porque ahora solo hay infomerciales. No se puede ver qué hora es, si es de día o de noche, no puedo ver las ventanas.
Me muevo un poco instintivamente, siento mis piernas y pies, así como mis brazos, pero me duele todo el cuerpo. Como si me hubieran pinchado con miles de agujas a la vez. Mi movimiento hace que Armando despierte de golpe.
-Caro... ¡Caro! Por fin despertaste amor, espera, no trates de hablar. Según los doctores tienes quemada la garganta y las vías respiratorias superiores... –me cuenta agitado mientras presiona un botón de la cama, se le ven los ojos rojos y unas ojeras horribles –linda, qué susto nos diste.
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