En algún punto de la costa, una persona marca un teléfono fijo desde su ostentosa oficina. Todo es de madera y terciopelo rojo, muchos libros y sobre todo fotografías ya amarillentas por el paso del tiempo. Parece un lugar cómodo y cálido.
Es más de la una de madrugada. No hay más sonidos que el timbre sonando del otro lado y el fuego consumiendo un puro cubano sobre un cenicero de cristal cortado. Mientras espera a que le contestén, está viendo unas fotos recientes que le han enviado a su celular.
-¿Bueno? –una voz masculina responde al llamado, se le nota aun dormido.
-¿Ya supiste lo de Puerto? –cuestiona el hombre de la oficina, se le escucha ronco antes de echar una fumada.
-Ya jefe, está arreglado. Todo lo pusimos en otra bodega, de unos agricultores. Para que nadie vaya a joder esta vez. El juez estará lejos por lo menos un mes, ya para entonces se olvidará del tema.
-Estuvieron en el hotel, los de la Fiscalía. El en hotel De la Parra.
-Uy, lo siento jefe. Pensaba que ese espa