Es sábado, cerca del mediodía. Apenas voy abriendo los ojos y me llega la resaca de golpe acompañada de un terrible dolor de cabeza.
Luego de mi escena dramática en la Fiscalía y en el parque, tomé un taxi que me trajo a casa. Como mujer adulta y responsable que soy, hice lo que cualquiera hubiera hecho: una gran estupidez. Agarré la botella de tequila y me serví unos cuántos ‘caballitos’, a verdad es que perdí la cuenta después del sexto.
Claro que no hubo alimento en el menú, por lo que llevo casi 24 horas sin comer nada que me ayude a sentirme mejor. Me giro en mi cama boca arriba, y me quedo viendo el techo, como si esperara la respuesta mágica ante mis problemas o me tragara la tierra para no volver a aparecer jamás.
Muero de hambre, pero este dolor no me ayuda. Me levanto a tomar un ibuprofeno con un poco de agua. Hace años que no hacía algo tan estúpido. E inservible, porque no me ayudó en nada, ni en sentirme mejor.
Me levanto de la cama rumbo a la cocina y me preparo un sándw