Lionetta intentaba prestar atención a lo que Tazio le estaba diciendo, pero le resultaba imposible con el pulgar de Angelo acariciando círculos en su espalda baja, justo donde comenzaba el vestido. Esa pequeña caricia enviaba corrientes de placer que recorrían su cuerpo, debilitándola un poco más cada segundo.
Estaba al borde del colapso, su mente estaba hecha papilla.
Desde que ella había regresado a su lado, con el collar de diamantes recién adquirido en su cuello, él no había dejado de robarle besos y regalarle caricias que distaban mucho de ser inocentes.
La sonrisa traviesa que su esposo le había dedicado cada vez que sus miradas se encontraron, le había dejado en claro que sabía exactamente el efecto que tenía en ella.
—Es hora de irnos —anunció Angelo, cuando vio a Neilan a unos pasos de distancia.
Angelo le había enviado un mensaje un minuto antes, ansioso por salir de allí pronto. Aunque la fiesta aún no había terminado, para él, ya se habían quedado más del tiempo necesario.