Lionetta tenía la cabeza recostada sobre el pecho de Angelo, mientras pasaba una mano distraída por su abdomen. Habían vuelto a hacer el amor en cuanto llegaron a casa. Esta vez, él se había tomado su tiempo, y casi la había vuelto loca de placer antes de finalmente reclamarla.
Su respiración aún estaba acelerada; su mente, desordenada; y su cuerpo todavía vibraba por el orgasmo que la había dejado derribado. Una sonrisa amplia adornaba su rostro debido a cada una de las veces que Angelo le había dicho que la amaba mientras se entregaban el uno al otro. Cada una de las veces se había sentido tan bien como la primera vez que él se lo dijo, años atrás.
—¿Estás bien? —preguntó Angelo de pronto, sacándola de sus pensamientos.
—Define "bien". Mis piernas están débiles, así que creo que no podría dar un paso sin caerme, y me duelen más músculos de los que suelen dolerme cuando hago ejercicio.
Angelo soltó una carcajada, un sonido ronco y profundo.
—Entonces solo tenemos que irnos juntos a l