El sol de Silo bañaba las calles empedradas, creando una tranquilidad engañosa. Elías y Valeria, sumergidos en la burbuja de paz que habían encontrado, decidieron salir a pasear. La revisión de los documentos que Mauricio les había traído no había arrojado nada concluyente, solo un mar de transacciones opacas que requerían más análisis.
Decididos a distraerse, fueron a buscar a Gabriel y Mauricio para almorzar. Al acercarse a la puerta de su suite, un sonido inequívoco los detuvo en seco: un gemido ahogado, seguido de un susurro apasionado.
Elías tomó suavemente la mano de Valeria y la alejó con discreción.
—Creo que es mejor no interrumpir —murmuró, con una media sonrisa—. Una cosa es saber de su relación, y otra muy diferente es… ser testigo auditivo.
Valeria soltó una risa baja y cómplice.
—Te acostumbrarás —dijo, apretándole la mano—. Y la verdad, me alegra profundamente. Ellos han sufrido demasiado, atrapados en las obligaciones y las apariencias. Se merecen esta felicidad.
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