Clara se había quedado en la habitación de Gabriel, un faro de calma en la tormenta que envolvía a la familia. Mientras Valeria estaba con Elías, ella tomó su lugar junto a Gabriel, llevando consigo un tupper con comida casera para Mauricio, quien parecía haberse olvidado de lo que era una comida caliente.
—Tienes que comer, Mauricio —le dijo con suavidad, dejando el recipiente en sus manos—. De nada sirve que te desmayes también.
Mauricio asintió, agradecido, y comenzó a comer mecánicamente mientras observaba a Clara. Ella se sentó al borde de la cama de Gabriel y, con una ternura infinita, comenzó a peinar su cabello con los dedos, suavemente.
—¿Sabes, Gabriel? —comenzó a hablarle, su voz era un murmullo melodioso—. El otro día me acordé de cuando eras pequeño y te escapaste de tu tío para irte a pintar al viñedo. Esteban estaba furioso, pero tu tía Aurora… ella se rió tanto. Dijo que un artista no podía estar encerrado entre cuatro paredes.
Contaba anécdotas divertidas, pe