La puerta de la habitación de hospital se abrió con suavidad. Dario Silver entró, su maletín en una mano y una expresión de determinación cansada en el rostro. Elías, que miraba por la ventana, se volvió hacia él, una pregunta muda en sus ojos grises.
—Elías —comenzó Dario, acercándose a la cama—. He presentado la solicitud de arresto domiciliario. Estoy intentando por todos los medios sacarte de aquí para que puedas esperar el juicio en casa.
Elías asintió lentamente. Lo había esperado.
—Pero sé que Garmendia no me lo pondrá fácil —continuó Dario, dejando el maletín sobre una silla—. Mañana me notificarán la decisión del juez.
La esperanza en los ojos de Elías se empañó ligeramente con la realidad. Luego, miró hacia la puerta, como si esperara ver a alguien más.
—¿Dónde está Valeria? —preguntó, su voz baja.
—Ya se fue —respondió Dario con suavidad—. Se acabó el tiempo de visita. —Vio la decepción instantánea en el rostro de Elías y añadió—: Pero conociéndola, apuesto a que