Todos los ojos estaban puestos en él. La mirada fría de Valeria, la confusión de Gabriel y el shock palpable de Mauricio. Respiró hondo. Era el momento de soltar el lastre.
—Sí —confirmó Elías, su voz ganando una amargura resignada—. Mi madre conoció a tu padre, Mauricio. Crecieron en el mismo barrio. Fueron amores de adolescencia, intensos como solo se es a esa edad. Pero luego Ricardo se fue a estudiar al extranjero, y en ese lapso, mi madre conoció al mío. —Hizo una pausa, mirando a Mauricio directamente—. Según mi madre, tu padre nunca superó del todo ese rechazo. El rencor es un vino que mejora con los años para algunos.
—Esteban y mi padre se conocieron después, en una conferencia de enólogos —continuó, desviando la mirada hacia la ventana, como si pudiera ver el pasado en los viñedos—. Mi padre, Javier, era un hombre apasionado por la tierra, confiado hasta la ingenuidad. Esteban era ambicioso, carismático, con una mente brillante para los negocios que a mi padre le faltaba. Se