La oficina de Ricardo Auravel era un santuario de poder y orden, pero esa tarde el aire estaba cargado de frustración. Sobre el escritorio de ébano descansaba una copia del testamento de Esteban. Frente a él, su abogado, el señor Villegas, ajustaba sus lentes con gesto grave.
—Es un documento sólido, Ricardo —admitió el letrado—. Esteban blindó las cláusulas de tutela y fideicomiso con mucho cuidado. Argumentar en contra no será fácil. La corte prioriza el bienestar del niño, y el testamento es una declaración poderosa de la voluntad paterna.
—No te pagó para que me diga lo difícil que es —espetó Ricardo, su voz un filo—. ¿Cuáles son los pasos?
—Podemos presentar una impugnación —continuó Villegas—, argumentando que Gloria es la madre biológica y, por tanto, la tutora natural. Pero necesitamos demostrar que es perfectamente capaz y estable. Ahí es donde… —el abogado hizo una pausa, mirando a Gloria, quien permanecía sentada en un sillón, silenciosa y con la mirada perdida—. Ahí e