Un mes había pasado. El pequeño Renato crecía fuerte, mientras el juicio de Elías parecía empantanado en una extraña lentitud burocrática. Valeria, ya liberada del reposo absoluto pero aún con la sombra de la amenaza de aborto sobre su embarazo, no había podido visitar a su esposo. Solo Clara mantenía ese puente, llevando y trayendo noticias y amor a través de los barrotes.
Preocupada por su hermano, Valeria decidió visitar a Renato. Esperaba resistencia de Gloria, pero para su sorpresa, fue recibida. La atmósfera, sin embargo, era tensa. Mientras Stella, la enfermera, permanecía en la habitación, Gloria mantenía una fachada rígida: la de una madre resentida y hostil ante la mujer que, según el testamento, pretendía quitarle a su hijo. Fue cordial, pero fría, como actuando un guión.
—Solo quiero asegurarme de que esté bien, Gloria —dijo Valeria, midiendo sus palabras.
—Está perfecto. No necesitas venir a revisarme —respondió Gloria con sequedad, mientras mecia a Renato con movim