Punto de vista de Adrián.
Al salir del cine, con la mano de Catalina todavía en la mía, la llevé de vuelta a la limusina.
Estaba callada, probablemente pensando en todo lo que acababa de pasar. Pero la noche aún no había terminado. Ni mucho menos.
Una vez en el coche, me volví hacia ella con una sonrisa pícara en los labios. «¿Estás lista?».
Catalina parpadeó, con aire un poco desconcertado. «Adrián, ¿qué estás haciendo?».
Me reí entre dientes y me incliné para besarla en la frente. «Ya lo verás».
La limusina circulaba suavemente por la ciudad y, al cabo de un rato, llegamos al puerto.
La vista que nos recibió dejó a Catalina boquiabierta: un enorme yate privado, brillando bajo la luz de la luna.
Mi nombre, «Adrián Serrano», estaba grabado en letras doradas y llamativas a lo largo del costado.
«¿Esto... es tuyo?», preguntó con voz baja y llena de asombro.
Asentí con la cabeza, encantado con la forma en que lo miraba, con los ojos muy abiertos y brillantes en la noche. «Es nuestro