Punto de vista de Catalina.
«Entonces, ¿qué pasa, Adrián? ¿Por qué no me dejas entrar?».
Observé a Adrián, que apartaba la mirada de mí, evitando la pregunta que flotaba entre nosotros como una pesada nube.
El aire fresco de la noche entraba por las ventanas abiertas del yate, pero lo único que yo sentía era la sofocante tensión entre nosotros.
«¿Por qué no me dejas entrar?», volví a preguntar, con voz suave pero firme.
Adrián suspiró profundamente y se frotó las sienes, como si el peso de sus pensamientos fuera demasiado para soportar.
Apretó la mandíbula y tensó los músculos mientras luchaba por encontrar las palabras. No era la primera vez que se alejaba de mí, pero esta vez la distancia se sentía más sofocante que nunca.
«Catalina», susurró finalmente con voz ronca, «no eres tú. Soy yo. Hay cosas sobre mí, sobre mi pasado, que no puedo dejar atrás. Y no quiero arrastrarte a esa oscuridad».
Sentí un nudo en la garganta, el familiar dolor de la frustración acumulán