Horas Extra.
Valentina miró el reloj de la computadora por décima vez. Faltaban treinta minutos para terminar su jornada y, con ello, la promesa de una noche tranquila. Afuera, las luces de la ciudad se mezclaban con el reflejo tenue del cielo que anunciaba lluvia. Había pasado todo el día concentrada en informes, revisiones y llamadas, y lo único que deseaba era cambiarse de ropa, tomar aire y despejar la cabeza.
Había acordado en cenar con Lucca.
No lo decía en voz alta, pero en su mente esa palabra se repetía con un dejo de emoción y de culpa. Tenía una cita, con alguien que le hacía reír, que no la miraba como si evaluara cada palabra que decía. Con alguien que no era Alexander Roth.
Suspiró, cerrando la carpeta que tenía sobre el escritorio. Le quedaban unos minutos antes de irse, así que apagó el monitor, guardó el teléfono en el bolso y se levantó para ponerse el abrigo. En ese momento, un sonido familiar rompió la calma: la notificación de un correo entrante.
—Maldita mierda.
El remitente: