Cosas Que Nunca Dije.
El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando Valentina llegó al edificio. Había dormido poco, aunque no por trabajo. Su mente, por primera vez en mucho tiempo, no estaba ocupada por los reportes o las entregas pendientes, sino por las miradas. Por la forma en que Alexander la había observado el día anterior, con esa mezcla de distancia y fuego que la descolocaba más que cualquier palabra.
Intentó convencerse de que solo imaginaba cosas, de que el cansancio podía hacerla ver gestos donde no los había. Pero cuando cruzó la puerta del área de dirección y lo vio allí, de pie, revisando documentos con la mandíbula tensa, supo que no era su imaginación.
Alexander apenas la saludó. Un leve “buenos días” sin levantar la vista del papel, con ese tono neutro que dolía más que cualquier reproche.
Durante toda la mañana, la tensión flotó entre ellos como una corriente invisible. Él le pedía cosas mínimas, instrucciones secas, sin el tono cordial que acostumbraba.
No había rastro del hombre que,