El Día Siguiente.
El amanecer encontró a Valentina con los ojos abiertos. No recordaba en qué momento había logrado dormirse, solo que el sonido de la lluvia se mezcló con el eco persistente de su propia respiración contenida.
Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese instante. A la proximidad, al roce accidental de Alexander. A la manera en que el aire se había vuelto tan pesado que casi dolía respirar.
Se pasó una mano por el rostro y se obligó a levantarse.
Una ducha fría, un café fuerte y el intento de convencerse de que todo había sido producto del cansancio. Una situación malinterpretada. Nada más.
Pero la sensación seguía allí, latiendo bajo la piel.
El agua helada le recorrió la nuca y la devolvió a la realidad. No podía permitirse perder el foco. Tenía que llegar a tiempo, entregar el informe, y fingir que nada había pasado. Fingir era, después de todo, una de sus habilidades más desarrolladas desde que empezó a trabajar en Roth & Co.
Al salir del departamento, el aire de la mañana olía a as