Sofía salió del hotel como alma que lleva el diablo. Su cuerpo todavía temblaba por lo que acababa de suceder con Alejandro, y su mente se negaba a dejarla pensar. Había actuado con una profesionalidad impecable ante la señora de la limpieza, pero sabía que había vuelto a cruzar esa línea invisible que había entre ellos.
El sonido de sus tacones resonaba en el asfalto. Necesitaba aire y estar lejos de ese hotel. Lejos de la presencia de Alejandro, quien no había vuelto a salir de su oficina después de lo ocurrido y solo se escuchaban algunas maldiciones y como si estuviesen recogiendo cosas.
Sacó su teléfono y llamó a Lucas.
—Necesito verte y que hablemos —dijo, su voz ronca.
Se encontraron veinte minutos después en un bar poco transitado. Era un lugar ruidoso y casual. Todo lo contrario al lujo del Hotel Duarte. Lucas notó su palidez y su vestimenta desaliñada.
—¿Todo bien? Son las nueve de la noche, mujer.
Sofía negó con la cabeza y pidió una copa de vino, bebiendo un trago largo a