La mano de Alejandro se detuvo en la mejilla de Sofía, al inicio no sabía si ella se dejaría tocar, pero al no rechazarlo, él se sintió aliviado. La cercanía era un arma de doble filo para ellos. Por un lado, Alejandro la hacía sentir vulnerable y expuesta, pero por otro, le recordaba la descarga eléctrica de su primer beso.
Ambos estaban confundidos, pero tenían mucho deseo el uno por el otro.
—¿Qué pasa si te digo que no quiero que esa mentira se haga verdad? —susurró él, sintió su aliento como acariciaba sus labios.
El aire se le escapaba de los pulmones a Sofía y tuvo escalofríos. Era la confesión que había esperado desde los diecisiete años, y llegaba en el peor momento, cuando él estaba a solo meses de casarse.
—No... no me digas eso —apenas logró articular, pero su voz era un ruego para que se detuviera... ¿quería ella que él se detuviera?
—¿Por qué no? —preguntó Alejandro, su voz ronca estaba llena de deseo—. ¿Dime por qué te escondes de mí, Sofía? ¿Dime que no sientes esto ta