Daniela respiró hondo antes de marcar el número de Alexander, los dedos temblorosos sobre la pantalla del teléfono. La idea de Roberto resonaba en su cabeza como un mantra. Pero ahora, con el sonido del agua derramándose en el fondo —el "salidero" que ella misma había provocado—,creaba una que culpa ya empezaba a arañarle el pecho.
—Alexander, perdón por molestarte —dijo, forzando un tono de urgencia en su voz—. Hay un problema en la casa de Varadero. Una tubería reventó y no sé qué hacer.
Al otro lado de la línea, su voz se tensó de inmediato.
—¿Estás bien? ¿Te lastimaste?
La genuina preocupación en su tono le dio un vuelco al corazón. ¿Era real? ¿O solo otra capa de su actuación?
—No, no, estoy bien. Solo… vine aquí a pensar, … —Dejó que su voz quebrara ligeramente, un detalle calculado. —Y de pronto pasó.
—No te muevas. Enviaré a alguien de inmediato.
—¿Podrías venir tú? —La pregunta salió casi como un susurro, cargado de una vulnerabilidad que no era del todo fingida