Daniela estaba recogiendo sus últimas cosas cuando el aire acondicionado dejó de zumbar de golpe, sumiendo la habitación en un silencio espeso. Las luces se apagaron, una malla de seguridad cayó sobre las ventanas.

—¿No dijiste que aquí no se iba la luz?

—preguntó ella extrañada.

—No debería... —respondió el sin saber bien que pasaba.

—Se cayó el SEN —dijo Daniela, reconociendo al instante el fallo masivo del Sistema Eléctrico Nacional— Toda la isla están sin electricidad.

La casa segura, diseñada para bloquearse automáticamente ante cortes de energía, había activado sus cerraduras electrónicas, dejándolos atrapados hasta que se restableciera la corriente.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó, sin preocupación en la voz.

—Horas, quizás. Hasta que arranquen los grupos electrógenos de la microisla que abastece esta zona.

—No hay salida hasta entonces.

Alexander esbozó una sonrisa lenta, como si el universo le hubiera concedido un regalo inesperado.

—Entonces, ¿qué hacemos para matar el