El silencio del almacén contrastaba con el caos que había en la mente de Isabella. Cuando llegó junto a Alex, el edificio lucía intacto desde afuera. Pero al cruzar las puertas, la escena era otra: luces parpadeantes, cintas amarillas, inspectores de control sanitario tomando muestras y empleados en shock.
—¿Qué tenemos? —preguntó Alex, autoritario, mientras avanzaba por el pasillo central.
El supervisor de distribución, un hombre de voz temblorosa y rostro cenizo, se acercó con un reporte en mano.
—Contaminación cruzada en los lotes A3 y C7. Parecen residuos de un componente no aprobado. También desaparecieron cajas del prototipo de seguridad… el lote que iba a revisión externa.
Isabella cerró los ojos, tomando aire por la nariz. Alex la miró, esperando que su temple no se quebrara frente a los empleados.
—¿Algún sospechoso? —ella preguntó sin rodeos.
—No tenemos nada en concreto aún. Revisamos los registros y… alguien usó una clave de acceso de alta seguridad para entrar en la madru