—¡Maurice, ríndete! —gritó Alex, con el arma en alto, mientras Isabella seguía apoyada contra él, aún débil, respirando con dificultad.
Maurice permanecía de pie, inmóvil, a apenas cinco metros del núcleo central. La luz azul pulsaba detrás de él, reflejándose en sus ojos. Ya no tenía el bisturí en las manos. Solo algo más peligroso: una expresión de serenidad absoluta.
—No lo entienden —murmuró con voz grave—. No es cuestión de rendirse. Todo esto… era inevitable.
—¡Baja las manos! —ordenó Dani, flanqueándolo por la derecha.
Parker se movía con cautela desde el lado opuesto, comunicándose por gestos con los comandos del equipo táctico que rodeaban la sala. Estaban listos para saltar sobre él. Solo faltaba una señal.
—Has perdido —dijo Carla, apuntándole al pecho—. Delphi está desconectado. Tu código fue roto. Tus sistemas desactivados. Todo acabó.
Maurice inclinó la cabeza levemente.
—¿Acabó? —repitió—. ¿Estás segura?
—Sí —insistió Carla—. Ni siquiera tu IA pudo defenderte de nosotro