La primera compuerta cedió con un zumbido agudo, luego de tres intentos de descodificación manual. El sistema no respondía a ningún protocolo estándar. Ni huella, ni códigos, ni secuencias eléctricas. Solo la presión medida y calibrada de manos humanas que sabían exactamente qué hacer.
—No hay duda de que Maurice rediseñó este lugar para no dejar rastros digitales —murmuró Carla mientras examinaba los sensores de la pared—. Todo está desconectado del mundo.
—Eso lo hace más difícil para él también —añadió Dani—. Podemos entrar sin ser vistos, y si algo sale mal aquí, no podrá llamar a nadie.
—Perfecto —gruñó Alex, ya con el arma en mano—. Porque lo vamos a destruir todo.
El equipo se dividió en tres escuadrones, cada uno con dos comandos de seguridad de confianza, con experiencia en infiltraciones tácticas silenciosas.
Parker lideraba el grupo de retaguardia, asegurando los pasillos ya despejados.
Carla y Dani iban al frente, con escáneres térmicos y sensores de vibración en mano.
Ale