MILA
No tengo ganas de salir.
Y ella lo sabe. Lo ve en mis gestos ralentizados, en mi forma de evitar su mirada, en esa fatiga que se adhiere a mi piel como una segunda sombra.
— Mila, te va a hacer bien, susurra Léa mientras registra mi armario con esa determinación tranquila de quienes ya han tomado la decisión por ti.
— Léa, no quiero.
— No quieres… o tienes miedo?
Guardo silencio, porque la respuesta está en mi pecho y quema demasiado como para ser formulada en voz alta.
No tengo miedo del club. Ni de la música que pulsa contra las paredes, ni de las luces que cortan los rostros en fragmentos en movimiento. Lo que temo es recordar con demasiada claridad lo que es estar viva y medir cuánto ya no lo estoy.
— Déjame tranquila, murmuro, pero ella sacude la cabeza, inflexible.
— No. No esta vez.
Deja un vestido negro sobre la cama. Corto. Ajustado. Un vestido que no se parece en nada a lo que elijo normalmente. Cruza los brazos, me evalúa como se evalúa una pieza de juego que e