Nolan
La pequeña casa de mi madre no ha cambiado. Incluso el seto, recortado a la perfección, parece haber resistido todas las estaciones… y todas las tormentas vecinales. Siempre sospeché que lo hacía a propósito un poco más alto que el de la señora Roche de al lado, solo para molestarla.
Apago el motor y me quedo allí un momento, con las manos en el volante, escuchando el tic-tac del motor que se enfría. El silencio, aquí, no es el mismo que en altitud. Es un silencio que huele a tierra húmeda, hojas pisoteadas y café que se está filtrando.
Ella está allí, detrás de la ventana de la cocina, con un trapo en la mano, la misma postura que cuando tenía doce años y volvía de haber hecho una travesura. Sus ojos dicen "Crees que no lo sé, pero lo sé."
Cuando me abre, no dice nada de inmediato. Me besa en la mejilla como se toma la temperatura de un niño enfermo.
— Te ves cansado, dice al fin.
— Estoy bien.
— Mientes como tu padre, y no es un cumplido.
Dentro, nada ha cambiado. Huele a caf