MILA
La casa está en silencio.
Pero no es un silencio neutro o reconfortante.
Es un silencio que pesa, que aprieta la garganta, un silencio de ceniza y abandono.
Tres días.
Es todo lo que nos dieron.
Tres días para "descansar", dicen ellos, después de un vuelo largo.
Tres días encerrados en un espacio demasiado familiar que se ha vuelto extraño.
Tres días caminando entre los escombros de una historia que apenas hemos comenzado y ya está arruinada.
Fui la primera en regresar.
Él me dejó ir sin una palabra después del aterrizaje. Y yo, no miré hacia atrás. Esperé a que él entrara a su vez, más tarde, en la noche.
No golpeó. No habló. Solo un suspiro. Un roce.
Desde entonces, vivimos juntos como dos extraños que conocen demasiado bien los rincones del otro.
Me quité el uniforme como se arranca una piel que ya no se soporta.
Deslicé mi cuerpo en ese viejo suéter sin forma, ancho, suave, familiar, casi maternal.
Se ha convertido en una armadura. Una fortaleza. Una concha.
Y desde entonces,