A veces, el amor no llega con flores ni promesas.
Llega con silencios, con miradas que pesan más que mil palabras, con la forma en que alguien pronuncia tu nombre como si temiera perderlo.
Así era Ethan después de la gala. Diferente.
Ya no era el hombre que me retaba con sarcasmos o que intentaba mantener el control de todo. Era otro.
Más humano, más atento… y peligrosamente más mío.
—¿Dónde estabas? —me preguntó una mañana, apenas crucé la puerta de la galería.
—En la cafetería, comprando café. ¿Por qué? —Porque te busqué en tu oficina y no estabas.
—Ethan, solo bajé cinco minutos. —Cinco minutos en los que no sabía dónde estabas —respondió, con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
Yo lo observé en silencio. Últimamente, su tono mezclaba ternura y control. Una combinación tan adictiva como inquietante.
Desde aquella noche en la gala, algo había cambiado entre nosotros.
Me enviaba flores sin motivo, dejaba notas con frases en francés que me hacían sonreír, me llamaba ma belle Alice