No sé exactamente en qué momento me volví posesivo. Tal vez fue esa noche, cuando vi a Alice aparecer al pie de la escalera del hotel como una visión salida de un sueño caro y peligroso.
El chofer había bajado a buscarla, y yo la esperaba junto al auto, revisando distraídamente mi reloj. Pero cuando la vi… olvidé el tiempo.
Vestía un diseño azul medianoche, de satén francés, con una abertura discreta que dejaba al descubierto parte de su pierna y un escote lo justamente insinuante para volver loco a cualquier hombre que respirara cerca.
  Su cabello caía en ondas suaves sobre los hombros, y ese brillo natural en su piel era una provocación velada que solo ella podía lograr sin proponérselo.
Y ahí estaba yo, con un smoking negro de Dior, el lazo perfectamente arreglado, el reloj de colección que nunca me fallaba… y, aun así, me sentía desarmado.
—Llegas tarde —logré decir, aunque lo que quería decir era “estás demasiado hermosa, y me da miedo que alguien más lo note”. Ella sonrió, con