No sé cuándo fue la última vez que crucé la puerta del hospital.
Hace semanas, quizás dos meses, en el ritmo caótico que absorbió mi vida desde que regresé a la galería a tiempo completo. Nathan me cubrió todo lo que pudo, pero las responsabilidades terminaron cayendo sobre mis hombros como el peso de un edificio. Boston no perdona. Washington y Nueva York tampoco. Tres galerías, contratos millonarios que firmar, exposiciones internacionales que preparar, coleccionistas exigiendo mi presencia, juntas, catálogos, artistas.
Y yo… sin Alice.
A veces siento que el éxito es una ironía: tenerlo todo, pero estar vacío por dentro.
Sara prepara la cena, Tyler recoge a los niños, Harry vigila la casa, la enfermera de Alhara y la niñera de Richard cumplen con su trabajo. Mi vida está perfectamente estructurada y al mismo tiempo desmoronada. Nada cubre el hueco en mi pecho.
Alice continúa dormida.
Y yo continúo despierto.
Hoy en la mañana me llamaron del hospital, solo para decirme lo mismo de si