Han pasado cuatro semanas, desde que Alice ingreso Nunca me había sentido tan dividido entre el miedo y la esperanza como esta mañana. La fecha marcada en el calendario llegó como una sentencia y como un milagro a la vez. Martes. Semana treinta y seis. El día en que por fin veríamos a nuestra hija... y también el día en que el destino pediría su precio.
Me desperté antes del amanecer, aunque realmente no dormí. Pasé la noche observando el suave ascenso y descenso del pecho de Alice, como si temiera que el aire pudiera abandonarla en cualquier momento. La luz del monitor bañaba su rostro con un brillo pálido, casi irreal. Cada hebra de su cabello se escondía bajo el gorro que ahora usaba para cubrir lo que la enfermedad le arrebató. Y aun así… nunca se vio más hermosa.
La besé en la frente sin despertarla y me quedé allí, respirando a su ritmo.
Mi esposa.
La mujer más valiente que he conocido.
La madre de mis hijos.
Mi fuerza y mi ruina.
A las seis en punto, las enfermeras tocaron la