82. El principio de un imperio.
Narra Ruiz.
La noche se traga la ciudad con su manto grasiento de neón y amenazas veladas, y yo la cabalgo como un rey exiliado que regresa a reclamar lo que le pertenece por derecho, no por herencia ni por suerte, sino por la única moneda verdadera en este mundo de ratas y traidores: el miedo.
Entro al salón trasero de "El Carbón", un restaurante de fachada elegante donde los manteles blancos no alcanzan a cubrir el hedor a corrupción que se cuela en cada fisura; aquí, en esta sala con paredes de madera vieja y luces tenues, los verdaderos negocios se cosen con hilos de sangre y billetes manchados.
Ya me esperan.
Los rostros que conozco bien, los nombres que he visto firmar pactos con navajas en lugar de plumas: Gaviria, con su cara de vendedor de seguros, su voz melosa y sus manos demasiado suaves para un tipo que manda a otros a descuartizar; Morales, ese perro viejo de la vieja guardia, con su mirada hundida en el fondo de una botella aunque no haya bebido todavía; y Santos, el má