83. Tierra quemada.
Narra Ruiz.
Cuando decido que algo me pertenece, no hay cielo ni infierno que pueda salvarlo de mis manos, y esta ciudad, llena de promesas oxidadas y secretos podridos, late bajo mis botas mientras avanzo, barrio por barrio, como una plaga de la que nadie puede escapar.
La estrategia no necesita de sutilezas. En este mundo, el primero que golpea es el que escribe las reglas, y yo no pienso quedarme corto.
Los pequeños grupos que jugaban a ser capos tiemblan al primer rumor de mi nombre, al primer rugido de mis hombres tomando bares, mataderos, garitos olvidados por la ley; no les doy tregua, no les dejo soñar con resistir.
Quiero que entiendan que esto no es una negociación: es una sentencia.
Me bajo del coche —un Charger viejo que ruge como un animal salvaje— frente al "Garza Negra", uno de esos antros de mala muerte donde todavía creen que la autoridad es una pistola en la cintura y una palabra más alta que otra.
Clarita está a mi lado, sus ojos grandes brillando de emoción, como s