76. A la caza del rey herido.

Narra Lorena.

La ciudad a esta hora es una bestia insomne, sudorosa y podrida. Perfecta para una cacería.

Las chicas y yo salimos del almacén todavía humeante, cargando armas improvisadas, mochilas con municiones y suficiente rabia como para incendiar el puto barrio entero.

—¡Divídanse! —ladro, mientras ajusto la correa de mi pistola—. Ruiz va a sangrar en alguna esquina. Quiero que lo encuentren antes de que se esconda en su cueva.

Clarita asiente, limpiándose la sangre de la ceja partida.

—¿Vivo o muerto?

Me sonrío, amarga.

—Que respire. Solo eso. Después veremos.

Las chicas se dispersan en pequeños grupos, como hienas hambrientas en las callejuelas.

Yo camino sola.

Siento el calor del fuego en la espalda, el almacén todavía vomitando humo y cenizas a la noche.

No importa.

Esta ciudad puede tragarse todo lo que le queda.

Yo solo quiero a Ruiz.

Tomo la avenida principal, el arma escondida bajo la chaqueta, las botas golpeando el asfalto resquebrajado.

Mis ojos barren las sombras.

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