77. A la caza del rey herido (Segunda parte)
Narra Lorena.
La noche cae sobre la ciudad como una mortaja sucia, extendiendo su olor a desesperación, a pólvora reciente, a humo de incendio mal apagado. Nosotras salimos del almacén todavía ardiendo, arrastrando mochilas pesadas de municiones y armas improvisadas, con el corazón martillando en el pecho, alimentadas por esa rabia ciega que solo da el hambre de venganza.
—Divídanse —ordeno, mientras mis ojos recorren el horizonte podrido de calles desiertas—. Busquen a Ruiz. No quiero que se arrastre muy lejos.
Clarita, con el labio partido y una fea hinchazón en la mejilla, se me acerca rengueando mientras aprieta una escopeta contra el pecho.
—¿Lo quieres vivo? —pregunta, como si realmente necesitara saberlo.
La miro, sabiendo que lo que más desea es verlo retorcerse, escuchar el sonido de sus huesos rompiéndose bajo la presión justa.
—Quiero que respire —digo finalmente—. Lo suficiente para que me escuche.
Las chicas se dispersan como hienas a las que acaban de soltar en un matade