548. El sadismo de Tomás.
Narra Ruiz.
Hay algo profundamente enfermo en la manera en que Tomás mezcla el cuidado con la crueldad, como si cada gesto que podría parecer bondadoso fuera apenas el envoltorio delicado de una tortura que ya tiene preparada, como si disfrutara de ese contraste en el que la ternura no es más que el preludio del dolor. Yo lo sé, lo he sentido en carne viva.
Recuerdo aquella vez en que Lorena me clavó la navaja, cuando todavía me quedaban fuerzas para enfrentarla, para mostrarle que seguía siendo el mismo Ruiz que nadie podía doblegar. Me abrió la piel con precisión de cirujano, y yo sangraba como un perro callejero, orgulloso, desafiante, creyendo que la sangre me recordaba que aún estaba vivo. Entonces apareció Tomás, con ese aire impecable de médico frustrado, y me curó. Sí, me curó, con una delicadeza que casi daba asco: sus manos firmes limpiando la herida, aplicando vendajes como si yo fuera un objeto valioso, algo digno de ser conservado. Podría haber sido un doctor devoto, uno