538. El mar en sus ojos.
Narra Dulce.
El pasillo parece no terminar nunca, cada paso que doy junto a Tomás me hunde más en la certeza de que no hay marcha atrás, de que cualquier intento de escapar es inútil, y aun así, cuando abre la puerta al final del corredor y la luz me envuelve, me sorprendo, porque lo que encuentro no es la oscuridad que esperaba, sino una habitación inmensa, deslumbrante, más grande y lujosa que cualquier suite de hotel que haya imaginado. El aire es distinto, más limpio, perfumado con notas de cuero y madera antigua, y en el centro de todo, como una figura que el tiempo no ha podido borrar, lo veo.
Él.
Mi padre.
Sentado en un sillón de cuero, de espaldas al interior de la sala, contemplando el mar a través de la única ventana que se abre como un cuadro vivo hacia el horizonte. La luz que entra ilumina el contorno de su cabello salpicado de canas, y por un instante me paralizo, porque aunque su silueta es más frágil, aunque la edad lo ha tocado, sigo reconociéndolo como al hombre fuer