533. El encuentro con Tomás.
Estoy sentado en el sillón de cuero, ese que siempre elijo porque su peso y su firmeza me recuerdan lo que soy, porque en él mi cuerpo descansa como si estuviera hecho para sostenerme, y espero a Dulce con la paciencia de quien sabe que todo ha sido preparado para este momento, que no hay azar ni improvisación, solo la exactitud de lo que debía ocurrir, como si la mansión misma hubiera conspirado para traerla aquí, a este salón donde las paredes son testigos de secretos que nadie se atreve a pronunciar en voz alta.
Cuando la puerta se abre y la veo entrar, no sonrío de inmediato; la observo primero, dejo que mis ojos se deslicen por su silueta con el mismo detenimiento con el que un depredador mide la distancia de su presa, no por hambre, sino por deseo de prolongar el instante, porque sé que ella me siente incluso antes de que yo haga un gesto, sé que su respiración se acelera solo con descubrirme aquí, tan natural, tan dueño del espacio, como si hubiera nacido para ocupar este trono