532. El salón de otra época.
Cuando la sirvienta empuja la última puerta, la sensación que me invade es la de haber traspasado un umbral invisible, como si hubiera dejado atrás no solo un pasillo sino un tiempo entero que se disuelve para abrir paso a otro, y de pronto me descubro en medio de un salón inmenso cuya elegancia me resulta tan majestuosa como inquietante, porque lo que veo no parece real, parece arrancado de un cuadro, de una memoria ajena, de un sueño que alguien más construyó con la intención de atraparme en él.
La primera impresión es el aire, denso, cargado de perfumes dulzones que se mezclan con un aroma antiguo, madera, terciopelo gastado, flores secas escondidas en jarrones de porcelana. Luego mis ojos, que recorren con ansiedad la decoración: los muebles pesados, oscuros, tallados con minuciosidad en maderas que parecen demasiado antiguas para existir todavía, tapizados de terciopelo rojo que absorben la luz como si fueran abismos. Cortinas gruesas, de un verde profundo casi negro, filtran el