517. El hombre que entra por la grieta.
Narra el infiltrado.
Llego a la mansión una semana después de aquella reunión que apenas recuerdo en susurros, como si la hubiera soñado en una habitación sin ventanas; me dijeron que hoy era el día, que Villa salía con dos de sus hombres y que tendría unas horas en las que la casa, aunque nunca duerme, quedaría vulnerable, abierta a un visitante común que no levantara sospechas, y yo soy ese visitante, ese rostro anónimo de trabajador que se presenta en la puerta con un maletín lleno de herramientas, una gorra que me oculta media cara y la seguridad de que en este lugar, más que arreglar un problema de cañerías, vengo a abrir un camino de sombras.
Los guardias me miran con la desconfianza automática que todo perro de presa lleva en la mirada, pero me dejan pasar después de hablar por radio con alguien en el interior; yo bajo la cabeza, respondo con monosílabos, no doy lugar a conversación, y siento cómo el portón se cierra detrás de mí con un estruendo metálico que me encierra en est