496. El prisionero del firmamento.
Narra Tomás.
Hay noches en que no duermo, noches en que prefiero contemplar el resplandor del monitor, como si en esa luz blanca y fría pudiera contener el universo entero. Frente a mí aparece Ruiz, siempre en el mismo rincón de esa habitación que lo sepulta, mirando hacia el cielo a través de la ventana estrecha, con esa obstinación suya de hombre que no se resigna ni al encierro ni al tiempo. No hace nada más que sentarse en silencio, con los codos apoyados en las rodillas y la vista fija en el firmamento, como si contara estrellas o esperara una señal que nunca llega. Y yo lo observo con la devoción de un creyente frente a su dios caído, con la certeza de que él es mi espejo y mi condena, el motivo secreto de cada uno de mis movimientos.
Ruiz. Mi ídolo, mi inspiración, la herida que no se cierra.
Lo he tenido en mis manos todos estos años, reducido a un prisionero que respira porque yo lo permito, que contempla un pedazo de cielo porque yo lo decido, y sin embargo hay algo en él qu