553. El salto de la libertad.
Narra Ruiz.
El borde está ahí, a dos pasos, un cabo de piedra húmeda que respira con el agua, como si me esperara desde siempre, como si hubiera sido construido para este final que nadie, ni siquiera yo, pudo escribir mejor. El aire tiene ese olor a sal que se mezcla con hierro y madera vieja, y siento que cada bocanada que respiro me golpea como un recordatorio: el aparato está adentro, incrustado como un parásito, como un guardián invisible que Villa me regaló para asegurarse de que jamás me escapara, y lo curioso es que ahora que él está muerto, todavía sigue manejando mi destino desde la tumba, porque si cruzo ese límite, si salto al agua, mi corazón va a apagarse como una lámpara fundida. Y sin embargo, lo miro y me tiento, porque qué mejor forma de reírme de todos, de mí mismo, de la vida entera, que morir eligiendo, saltando como un idiota que sabe que la caída es la última carcajada.
Me acomodo la camisa destrozada contra el pecho, la sangre seca ya me dejó un mapa de manch