452. Como una flor cortada.
Narra Jean-Pierre.
La espero bajo la luz cálida de una lámpara colgante, esa que tiñe todo con un dorado enfermizo, como si el mundo entero se estuviera pudriendo con glamour y nadie quisiera admitirlo. El piano, en un rincón lejano, murmura una melodía tímida, casi con vergüenza, como si supiera que cualquier nota más alta interrumpiría el momento. Todo en este rincón apartado del restaurante ha sido calculado para una sola cosa: que ella se sienta única. Irreal. Como una flor cortada justo en el momento en que alcanza su mayor esplendor, antes de que empiece a marchitarse.
Y entonces llega.
No entra. Aparece.
Es como si el aire se hiciera a un lado para dejarla pasar, obediente, rendido.
Lleva el vestido negro que le dejé en el hotel, el escote cayendo sobre sus hombros como una amenaza suave, peligrosa por su delicadeza. Su piel tiene ese brillo tenue que sólo pueden dar el miedo sincero y la expectativa que duele. Camina lento, como si cada paso fuera una lección nueva, como si es