402. La huida.
Narra Dulce.
No hay calles, no hay planos, no hay puntos cardinales en mi mente. Solo hay ruido. Golpes sordos en mi pecho. El olor a sangre seca detrás. La humedad del bosque mezclada con la desesperación. No sé cuánto corrí. No sé cómo llegué. Solo que mis pies ya no responden, y estoy frente al hotel.
El mismo de antes. El que compartí con Sami. Ese pedazo de calma rota. Esa burbuja donde aún creía que el mundo era cruel, pero no tanto. Donde todavía tenía a alguien que me amaba sin pedirme nada. Donde todavía podía mirarme al espejo sin ver a otra mujer.
Me acerco. Mis piernas tiemblan. Estoy envuelta en un abrigo que tomé de un tendedero. Huele a lavanda y a un perfume barato. Mi pelo está enmarañado, los labios rotos, las rodillas sucias de tierra y sangre seca. Pero levanto la cabeza. Miento con el cuerpo. Camino como si todavía fuera alguien.
La puerta se abre sola, con ese zumbido eléctrico.
Detrás del mostrador, el mismo botones. El pibe del pelo largo y cara de dormido. Me