401. Sangre y terciopelo.
Narra Dulce.
El silencio después del grito de Bruno pesa más que la sangre. Y hay sangre por todas partes. En las paredes. En las cortinas. En mis muslos. En mis uñas. En los poros. Me atraviesa. Me mancha desde adentro. El francés se me acerca sin apuro, como si tuviera todo el tiempo del mundo y la certeza de que ya ganaron.
Extiende la mano hacia mí como si fuéramos dos aristócratas en medio de un baile de máscaras. Como si todo lo anterior —los disparos, los huesos rotos, los cadáveres apilados en los rincones— fuera solo parte del decorado de un teatro que no lo conmueve.
“Huele a almizcle caro. Tiene la mirada de un animal que juega con la presa antes de devorarla. Pero no me mira con deseo. Me mira como si fuera un tesoro robado.”
—Te vas conmigo —dice, con su acento elegante, dulzón, como un cuchillo envuelto en terciopelo—. Serás tratada con respeto. Pero no podés quedarte con los que no saben protegerte.
La mano sigue extendida, quieta, firme, como si supiera que voy a acept