402. Cielo turbulento.
Narra Dulce
No estoy volando. Estoy cayendo elegantemente con una mochila llena de billetes y una novia con gusto a caos.
Nunca había estado tan arriba. Ni tan lejos.
Las azafatas no nos miran. Nos vigilan. Como si supieran lo que llevamos. Como si sospecharan que no somos lo que decimos ser. Y no lo somos. Ni siquiera somos mayores de edad. Pero tenemos los pasaportes falsos, los boletos, las caras bien puestas y esa mirada de “toco y me voy”.
Sami me agarra la mano bajo la manta.
—¿Estás bien?
—No. Pero dame cinco minutos y una Coca y tal vez me pongo poética.
Nos reímos como si el mundo fuera una joda. Como si no hubiéramos dejado un cadáver atrás, una madre rota, y una vida hecha pedazos.
Sami se saca los auriculares y me mira fijo.
—¿Lo mataste posta?
—¿Vos qué creés?
Me mira un segundo más.
Se muerde el labio.
Y me besa. Ahí mismo. En medio del avión.
Con lengua. Con rabia. Con ese amor sucio que nos une.
Un viejo tose en la fila de atrás.
Una señora murmura un “¡por Dios!” que