382. La madre de nadie.
Narra Lorena.
Han pasado diez años desde aquel día.
Diez años y todavía sueño con la tierra abriéndose bajo mis pies, con el cuchillo resbalando entre mis dedos, con la voz de mi hija gritando “papito” y mirándome como si yo fuera el monstruo.
Tal vez lo fui. Tal vez lo sigo siendo.
Vivo en un pueblo perdido al sur de Italia, donde el viento huele a pasto mojado y los días se confunden con las estaciones. Acá nadie me llama por mi nombre real. Acá soy otra. Soy una sombra que cocina, que camina hasta el mercado a comprar pan, que cruza por la iglesia y se santigua aunque hace años que no cree en nada.
Una mujer que huye incluso cuando no la están persiguiendo.
La casa que habito tiene las paredes manchadas de humedad y un jardín de piedras donde nunca crece nada. El grifo del baño gotea cada noche con una insistencia casi bíblica. Y a veces, cuando Dulce no está, me siento en la mesa de la cocina con la radio encendida en una estación local solo para no escuchar mis propios pensamient